Llevo seis días con décimas de fiebre y toses varias. La fiebre del último día y sus toses empezaban a tener mala pinta. Mar y Carlos esperan conmigo a que me llegue el turno en la consulta de la doctora Nikolakakis, repleta de abuelitos, en el centro de salud de Kastelli Kissamos. El centro es mas bien antiguo, pintado hace ya algún tiempo, con cenefas verdes algo desvaídas. Cuando me llega el turno, Mar entra conmigo.

-Kalimera (Buenos días)

-Kalimera- Me responde con la sonoridad propia de al que de verdad le parecen buenos días.

La doctora tendrá sus cuarenta años, de pelo castaño, va bastante pintada y parece muy agradable.

-30.
-Oooh- La doctora parece alegrarse de que un jovenzuelo, y además extranjero rompa la monotonía de su consulta. En este momento me sentí protagonista en primera persona de las aventuras de Durrell en Corfú.

Me insta a sentarme en una sillita de madera, a la vez que me tira del jersey para arriba, pidiéndome que me lo quite.

Recorre mi pecho y espalda con el aparatito y seguidamente me mira los oídos.

Me visto y volvemos a la mesa de la consulta, donde me pregunta si me he hecho análisis de sangre en el último año y que si mi mamá o mi papá han tenido alguna vez problemas de tiroides.

Mientras me mira por el rabillo del ojo, me esboza una amplia sonrisa y me dice:

Rompe a reir.