el océano
17 enero 2007
  Botella al mar para el dios de las palabras
Seguimos con otro debate de los que salen en horas de carretera y manta. Aunque en este caso no fué en un coche dónde se planteó... Gabriel García Marquez, escritor al que admiro no sólo por su obra, dijo esto hace casi diez años, en la apertura del Primer Congreso Internacional de la Lengua Española, creando una extraordinaria polémica sobre la gramática y la ortografía. Ahí les dejo:
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A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, ademas, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras.

Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.

No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber como se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.

La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aun no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: "Parece un faro''. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejo escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?

Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.

En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.

México, 8 de abril de 1997
 
Comments:
Hola, no sé realmente lo que discutisteis, pero me hubiera encantado participar: de hecho tengo mi propia opinión sobre este tema.
En primer lugar el lenguage no es una cosa que 'es' sino, mal copiando a Deleuze, el lenguage es algo que 'deviene'. Esto es, el lenguage es creado y recreado en multitud de interacciones diarias, las cuales estan simultáneamente dentro y fuera de nuestro control. Lo que quiere decir, que en vano se ponen trabas y reglas a un lenguage en constante evolución.
Por otro lado, la existencia de la gramática no es superflua, ni mucho menos. Comprendiendo la gramática comprendemos el intringulis de las relaciones humanas. Por un lado parecen sujetas a millones de reglas talladas en nuestro subconsciente (eg yo pregunto tu respondes, etc etc etc). Por otro lado la excepción y la sorpresa es lo que hace la interaccion realmente interesante.
Me parece un tema interesantísimo, pero no vale escudarse detrás d euno de los grandes, Rubiales, ¿qué es lo que tu piensas?
Muchos besos
 
Jo, Juanma, si lo hubieses expuesto así el otro día, claro que hubiera estado de acuerdo. Te habría aplaudido y habría propuesto un brindis en tu honor (o en tu onor)
 
Juanma, estaba en mi blog borrando comentarios que ha puesto hoy un troll llamado Bichi, y acabo de borrar por error un comentario tuyo. Puedes volverlo a poner si quieres.

Creo que me preguntabas qué había pasado con el voto que te había dado.

Hace un par de días pasé por aquí, te dejé un comentario, y te voté en la categoría de "Mejor blog de ciencia y medioambiente". Acabo de mirar y tu contador sigue a cero.

Te acabo de votar otra vez en la misma categoría. Si esta noche a las 00:00 (que es cuando ponen los votos) sigues a cero, deberías hablar con los de 20minutos.

Un saludo madrileño.
 
Y pensar que mi jefe es un fiel seguidor de la ideología de García Márquez... ¡nunca se me había ocurrido!

Ahora resulta que va a ser un ejemplo a seguir... ¡Que vivan los gipnasios!

Ay, si tuvieseis un ejemplo como el mío, a diario, creo que pensaríais que es de todo punto inevitable que te influya cómo se expresa alguien, para generar la opinión que te merece.
 
Ro: Ya ves, la diferencia entre los grandes y los mortales...

Vane: La verdad es que voluntariamente prefería no escribir mi opinión porque por un lado no sé si procede (no se me asignan competencias en el campo del lenguaje) y siempre la iba a defender peor que Gabriel. Pero en fin, ya que insistes me enfangaré.

Como no puede ser de otra forma, estoy de acuerdo con tu afirmación, Vane, sobre la evolución del lenguaje. Todo lo que dices son verdades obvias. Está claro que el dinamismo del lenguaje lleva consigo ventajas e inconvenientes. Y que somos nosotros, los que la usamos, los que con su uso decidimos sobre su futuro. Lo que de ahí salga no queda más remedio que aceptarlo.

Creo que tampoco hay que perder de vista que el lenguaje es, sobre todo, una herramienta de expresión. Como tal me parecen prioritarios dos objetivos: 1)precisión y 2)economía a la hora de usarlos.
Como aficionado al aprendizaje de lenguas (aunque se me dan más bien mal), estoy harto de invertir mucho tiempo en aprender las excepciones, las ortografías, etc., sobre todo cuando estos factores no redundan en capacidad comunicativa. En lo que respecta al castellano, me da lástima que, aun siendo un lenguaje más bien fácil en su fonética, es rebuscadísimo, sin lógica alguna, en multitud de ocasiones. Esto hace que al final, el uso correcto del castellano sólo esté al alcance de algunos de los que han invertido muchísimo tiempo en aprenderlas, cuando a priori no debería ser necesario.

Muchas veces pienso acerca de la necesidad de normas en la lengua. Por un lado, la regulan, estandarizan y universalizan. Por otro frenan su evolución, por lo que todavía no sé si es bueno o malo.

Luego pienso en la opinión del usuario de a pie respecto a las normas rígidas. Aparece otro problema tras la valoración social del uso "correcto" del lenguaje. Frente a eso creo que existen dos tipos personas según sus actitudes:

a) Los que después del uso prolongado de la lengua (e incuestionable habilidad y disciplina) son capaces de escribir pulcramente, y reconocen este hecho como un estatus. También incluyo aquí a los que escriben/hablan mal y que aún así, reconocen ese estatus.

b) Los que se cuestionan el retorcimiento de las normas. O los indisciplinados. O los que tienen problemas con la ortografía. O los que son capaces de expresarse bien en tantos idiomas que inevitablemente acaban cometiendo algún tipo de error. Los casos son ilimitados.

Por ejemplo, Vane, a mi me da igual que escribas lenguage (que no sé si lo has hecho aposta, al revés que Juan Ramón Jiménez) o que escribas "intringulis" o "tu" sin tilde. Otros seguro que disfrutarían criticando tu "mal" uso del lenguaje. Yo entiendo tu escrito perfectamente y no me molesta lo más mínimo. Me parece que escribes y te comunicas correctamente. A mi parecer no hay ninguna falta., aunque bajo la rigidez normativa, sí las haya.

Por otro lado nunca pensamos en los que vienen detrás de nosotros. Si la pregunta es: ¿Sería yo capaz de asumir un gran cambio por el bien de toda esa gente? Mi respuesta es sí.

Lo que ya no tengo tan claro es si hace falta recurrir a un hipotético cambio normativo. ¿De verdad esas normas tienen sentido? ¿De verdad hace falta el apoyo de los gerifaltes del lenguaje? ¿O habría que tomar tal decisión apoyándose en lo extendido de su uso?

Eso es lo que ha ocurrido siempre. Pero así se traga sin digerir, como dice Gabriel.
 
Por cierto, Aalto, ya he comprobado que sí que era cierto que me habías votado. ¡Al fin tengo un voto! ¡Bien!
 
La palabra pulcramente no está en el Diccionario. Sustitúyase por "con pulcritud"...
¿Pero a que lo habíais entendido?
 
Pues claramente yo soy del tipo A) (y de los peores, de los que ni siquiera se expresan bien).

Menos mal que nunca dije profesar la religión del maestro Buda...

Entiendo vuestra opinión, pero no puedo evitar pensar que es nocivo que nos pasemos alegremente a la funcionalidad del lenguaje, a costa de perder riqueza y variedad.

Será que estoy mayor, y reacciono como los mayores, de manera cerrada, pero ante un esemese de mis primos los pequeños, se me ponen los pelos de punta.
(Y, ahora que lo pienso, no es por ser mayor, porque siempre pensé así)

Vive la difference!
 
Oh, me encanta este tema. Hola a todos. Yo creo que se puede debatir infinitamente sobre ello (como sobre todo). Paradójicamente, aunque defiendo la flexibilidad en todos los ámbitos vitales, abogo por cumplir las reglas del lenguaje. Creo que cada vez más, pero también creo que es porque cada vez se trata peor al diccionario. Los sms han creado un nuevo idioma... ¿paralelo? ¿o el mismo, evolucionado? Aunque claro, con García Márquez no estoy en desacuerdo (creo que no podría estarlo): hay ciertos cerrojos idiomáticos que podrían suavizarse. Pero yo sigo experimentando un gran placer cuando veo algo bien escrito, y algo me chirría cuando no lo está. Qué le vamos a hacer. Besos/Abrazos
 
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